viernes, 31 de diciembre de 2010

-¿Te imaginas vivir en lo más alto de una torre?





¿Te imaginas observar a tus semejantes desde el cielo y hacer que actúen a tu parecer?

¿Te gustaría manipular a esos trozos de carne animados a tu voluntad para tu entretenimiento?

¿Reflejarías el dolor en sus rostros, la extrema satisfacción en sus bolsillos, el amor en sus compañeros o el odio en sus hermanos, la muerte, la salud, la suerte en sus vidas? ¿Te complacería destruir a tus hijos en unos segundos y volver a dibujar en el folio en blanco?

Esta es mi proposición. Serás la Nada y a la vez el Todo, ellos mismos te crearán con el paso del tiempo, nacerás de sus miedos y restricciones... No tengas prisa.




jueves, 30 de diciembre de 2010

Gélido agosto.


Vergilius se había cansado de hablarle a oídos que no le escuchaban. Sus palabras eran demasiado complejas para aquel puñado de sucios sacos de huesos, llenos en lo material, vacíos en lo espiritual. "Aquéllos que vean la mínima luz en lo que sale de mis labios, aquéllos que comprendan la esencia de mis palabras sin mofarse de ellas y, por tanto de mí; oh,sí, aquéllos merecerán mi compañía, pero aún más yo seré merecedor de la suya".
Vergilius, el mismo joven que había renunciado a la propia humanidad, la cual consideraba totalmente sustituíble por la más pura soledad, sentía que todavía no había abdicado completamente a ella. En tal caso, ¿por qué sentía si no ansias por dar con su compañero, humano y racional, pensador y sentimental, con el simple fin de compartir con él sus interminables blasfemias (o así lo llama el resto), y, asimismo, escuchar las suyas?
Vergilius sabía que el simple hecho de considerar la opción del compañero podría además plantear en él la posibilidad de que estuviera buscando algún apoyo, mas Vergilius prefería referirse a este fenómeno como "pureza incompleta".

Lo cierto es que su demasiado joven espíritu le permitía que aún no fuera completa.

Y lo celestial se anexó a lo terrenal.

Cuerpos vacíos anhelaban algo, nadie sabía lo qué. Recitaban a voces su deseo, pero desconocían que en la más profunda voz de sus corazones, este anhelo no era más que pura vivacidad. ¿Se puede desear lo que ya se tiene? ¿De verdad el ser humano puede llegar a estar tan ciego?
Físicamente perfectos, nuestro organismo se compone de un conjunto de órganos, tejidos, sistemas, células, etc., que hacen que funcionemos acorde a nuestras necesidad fisiológicas. Mas, ¿es esto suficiente? En absoluto. Pero con este organismo, del cual derivan las necesidades humanas, también existe una realidad paralela a él. Son otro tipo de necesidades también propia y exclusivamente humanas -ambiciones, metas, placeres o simples caprichos- de las que el yo tiene que ocuparse. Aprendiendo o no, enseñándole al yo con el paso del tiempo, estos menesteres se verán satisfechos en la medida de lo posible.
Hay cuerpos que renuncian al anhelo. Su yo está muerto, su voz se apagó. Sólo desean desaparecer, volverse polvo, materia muerta... ¡Oh! ¿No se dan cuenta de que el más triste y despreciable deseo forma parte de la esencia humana, de ese anhelo al que los susodichos cuerpos renuncian por pura dejadez? Qué gran error, qué gran contradicción. Pero de eso mismo se trata, así funcionan estos cuerpos.

El destructor de lo convencional

No comenzaré con la presentación de un personaje, como se suele hacer en fábulas o cuentos, y demás historias de entretenimiento. Pero sí me centraré en, concretamente, él. Y más concretamente...
El muchacho del que hablo se levantaba todos los días con un mismo pensamiento, fijo y permanentemente estable en las mañanas de su vida. ¿A qué pensamiento me atrevo a referirme? No lo sé, y podría decir que ni sus más allegados lo sabían, pues él no solía mostrar su interior a ningún ser humano por mucho afecto que le tuviera éste. Y no "a éste". Quienes le conocían ya dejaran de hacer méritos para conseguir que el joven les prestase un mínimo de atención, tiempo perdido...
Su mesita de noche ( por darle algún nombre a lo que estaba al lado del montón de cómodos cojines en los que reposaba junto sus gatos, hurones, lagartos y demás animales) estaba completamente repleta de obras de autores de pensamientos ambigüos, ya que así los veía la gente que no entendía su filosofía; también guardaba algunos manuscritos trazados por él mismo (cuya vigilancia siempre excedía por encima de cualquier otro objeto que tuviera en su cuarto, a pesar de que ya nadie se interesaba por ellos). Todo ello con una limpieza muy despreocupada.
Se decía que él no hablaba más que con animales y papeles. Sus necesidades más habituales eran, además de escribir, las propiamente humanas, satisfacerlas cuándo y dónde lo necesitara, como quien tiene gula y se lleva a la boca un dulce.

¿Sabéis de quién os hablo ya? Sí, de quien siempre quisisteis ser, ese hombre libre que lleváis dentro, que no necesita la palabrería de aquellos que se mueven en masa, si no que escoge las palabras de unos pocos que él mismo también selecciona sin que se las metan a la fuerza por los oídos.

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