jueves, 30 de diciembre de 2010

Y lo celestial se anexó a lo terrenal.

Cuerpos vacíos anhelaban algo, nadie sabía lo qué. Recitaban a voces su deseo, pero desconocían que en la más profunda voz de sus corazones, este anhelo no era más que pura vivacidad. ¿Se puede desear lo que ya se tiene? ¿De verdad el ser humano puede llegar a estar tan ciego?
Físicamente perfectos, nuestro organismo se compone de un conjunto de órganos, tejidos, sistemas, células, etc., que hacen que funcionemos acorde a nuestras necesidad fisiológicas. Mas, ¿es esto suficiente? En absoluto. Pero con este organismo, del cual derivan las necesidades humanas, también existe una realidad paralela a él. Son otro tipo de necesidades también propia y exclusivamente humanas -ambiciones, metas, placeres o simples caprichos- de las que el yo tiene que ocuparse. Aprendiendo o no, enseñándole al yo con el paso del tiempo, estos menesteres se verán satisfechos en la medida de lo posible.
Hay cuerpos que renuncian al anhelo. Su yo está muerto, su voz se apagó. Sólo desean desaparecer, volverse polvo, materia muerta... ¡Oh! ¿No se dan cuenta de que el más triste y despreciable deseo forma parte de la esencia humana, de ese anhelo al que los susodichos cuerpos renuncian por pura dejadez? Qué gran error, qué gran contradicción. Pero de eso mismo se trata, así funcionan estos cuerpos.

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